Tras unos días extra en casa patrocinados por Filomena, llegó el momento soñado por padres, anhelado por algunos niños y detestado por numerosos adolescentes.
El regreso al cole en estampa dantesca, una especie de Post-Holiday on Ice en el que, según la destreza de cada cual podías divisar con fondos aún blancos escenas de “El lago de los cisnes”, monólogos de Chiquito de la Calzada con temas desde el “No puedoor” hasta el “Jarl” pasando por el “Torete” que se cree Sebastian Loeb con su WRC en el Rally de los Mil Lagos entonando el “siete caballos vienen de Bonanza“.
Un poco de todo eso hubo en mí. El propietario de la mochila con ruedas que intentaba deslizar sin éxito, un trolley tan bajo que me hacía ir chepudo cual Igor, maldecía su suerte. No le culpo. Ir acompañado por un zangolotino en mallas, con zapatillas de colorines y sin abrigo pero mas capas que las Nanas de La Cebolla de Miguel Hernández, gafas en el bolsillo gracias al efecto mascarilla+gorro, invidente parcial muy visible, le produjo una vergüenza casi traumática, la que siente el casi adolescente gamer en prácticas que juega online mientras conversa que sus compañeras, medio locas por él, tan guapo como lo fue su padre (mierda de evolución) con su PC, su tablet y sus cascos, proyecto de andorrano como jugador del Madrid, que quiso serlo desde pequeñito para estar no muy lejos de los papis, a un “Pas de la Casa”.
No imagina que le estoy viendo desde atrás, alucinando con lo que veo, un muchacho que era niño antes de la pandemia y ahora es chavalín, me parece alto y me hace sentir mayor pero orgulloso de que mis herederos de deudas estén cada vez más cerca de salir a la vida real sin demasiados arañazos, los justos para saber ya que la vida no es fácil pero que de casi todo se sale.
En este lacrimógeno pensamiento me hallo cuando deposito al muchacho en el contenedor escolar y empiezo a trotar camino de un lugar donde espero correr con ganas y disfrutar de los restos de la Filo en el mismo lugar donde lo hice horas antes de la gran nevada, con un manto blanco lo suficiente fino para hacer volar , lo suficientemente escaso para no arriesgar, perfectamente blanco para disfrutar .
El panorama ha cambiado. “La lluvia en Sevilla ya no es una maravilla”, la capa de nieve es desigual, cada pisada lo es, los tobillos sufren pero disfruto con mis zapatillas parafraseando a Coz y cantando solo en la nieve “Mis Asics son guerreras“.
El primer árbol caído, mis respetos, gracias por lo que nos diste, a tí y a todos tus hermanes, descansa en paz, lanza a mi Spotify mental un “Too Young to die” de Jamiroquai y me hace volver tranquilo a casa, soñando con que el año de nieves sea de bienes (hace falta) , que las cosas mejoren y que el año no sea tan duro como es el que deseamos matar tras llevarse a tanto ser querido.